Universitario
>> sábado, 24 de julio de 2010
Llegó la hora. Crees que el momento siempre queda lejos, a muchos días de ti. Que aún debe tomar muchos medios de transporte hasta arrivar en tu realidad, y alejarse de ese mundo de ilusiones donde nos empeñamos en acomodarlo.
Pero llega, todo siempre llega. Es la hora de cambiar. De revestir tu hogar y tu vida por otra en la que eres tú el responsable de ella, el encargado de que todo funcione, o lo que es más, de que todo tenga una función.
Creces entre amigos, entre risas y entre fiestas. Creces hasta un tope en el que, un día, debes marchar kilómetros, realizar papeleo y localizar un buen alojamiento para ti y para tus sueños. Observas como ahora estarás un poco más alejados de las personas que hacen que tu vida merezca sentido. Un poco más distantes, pero te complace el pensar - o el querer creer - que ese sentimiento es mutuo en ambas direcciones.
Afortunadamente, no es como se empieza, sino como se acaba. Ahora empezamos un poco melancólicos, pero también con ganas y optimismo ante un futuro que se nos abre como un gran ramillete. Un ramillete nuevo que traerá nuevas fiestas, nuevas risas, nuevos amigos.
Y un verano de por medio. Un verano en el que convivimos como nunca con ellos. Los vemos con más ilusión, los echamos más de menos y hacemos lo posible por viajar y seguir riendo con ellos, siempre con un sentido más que antes. Porque en apenas un mes reirás, claro que reirás con ellos, pero con suerte, cada semana o, con algunos, cada mes.
Es una nueva etapa, cierto. Y lo nuevo se caracteriza porque no conocemos lo que es.
Ciegos ante este nuevo mundo. Que ya no es un sueño, y nos podemos caer y hacernos daño. Pero con la satisfacción de que puedes levantarte, enderezarte y repetir la jugada.
Además, tendré recargado mi móvil. Por si surje una llamada que te alegre el día.
Por si apetece recordar viejos momentos con las personas que adoras.
Por si apetece quedar y verlos. Como siempre.
Como a las 8 en el centro, pero en un centro ahora un poco más grande.
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