Felinos

7 vidas tiene un gato.
Siete finales. Siete metas.
Siete destinos y, a la vez, siete caminos para recorrer.
7 vidas tiene un gato.
Y siete días restan para que comience la facultad. Siete días para todos.
Pero todos están nerviosos, intranquilos. Todos te miran buscando una solución a sus miedos, a sus angustias. Absolutamente todos te desmenuzan con los ojos, intentando abrir hueco en tu mente para los peligros y para lo que es nuevo.
La novedad, que como un gato negro asusta e impone. Se planta frente a ti y te reta. Se atreve a retarte, a ti, que lo ves todo bien y sonries. A ti.
Y justo detrás, ellos. Como un ejército abatido. Como una panda de vegetales, vacíos de ánimo y de esperanza. E intentan que te unas a ellos, y te lamentes. Pero tú no te lamentas, jamás. Deseas que pase el tiempo y te enfrentas a lo nuevo. Y les ayudas, les arropas para que despierten y hagan hervir su sangre. Para que su sangre, llena de vida, se desborde por sus venas. Y consigan, todos, consigamos abatir al gato. ¡Al gato negro! ¿Quién lo diría? Ese gato perenne en nuestras vidas. Siempre. Él. Siempre aparece cuando percibe cambios. Nos aguarda en los recuerdos, en las fotos, en los videos, en las llamadas, en el ordenador, en los regalos. Ahí vive. En nuestra mente. Y nos asusta, nos hace llorar incluso. No quiere hacernos daño. En el fonde es hasta comprensible para él. Son muchos años, y quiere seguir con nosotros. No desea que nos vayamos, nos quiere acompañar. A todos lados. Siempre. Porque lo que todos buscamos, en definitiva, es el cariño. Y cuando le damos cariño a algo, no nos quiere abandonar. Nos persigue, y nos mira desafiante, para venirse. Y compasibles de nosotros, inútiles humanos que siempre nos llevamos ese algo que nos recuerda al gato. Esa cosita que nos pertenece y nos recuerda a lo que hay detrás. Todo eso que ha estado ahí. Siempre. Y nos lo llevamos, otra vez más. Claro que el gato tiene siete vidas, todas las que le queramos dar.