Olores de Invierno
>> miércoles, 3 de noviembre de 2010
"Invierno, sátiro malhechor, hipotermia a la vida"
Con este haiku-estaciones, este mismo autor que ahora escribe, hace bastantes años atrás, a parte de iniciarse en la literatura, definió el invierno con estas pocas palabras.
Tras el paso del tiempo, y habiendo madurado en todos los sentidos - aunque algunos aún luchan por equivocarse - mantengo esa afirmación, eso sí, con un sentido un poco más amplio.
El invierno. Sin saber cómo ni por qué, sabemos perfectamente cúando llega.
Y no importa lo que diga el telediario, ni el Corte Inglés, ni el hombre del tiempo... no nos hace falta que nos pongan una fecha determinada, nosotros sabemos con total certeza cuando el frío verdaderamente traspasa nuestra piel, y nuestras emociones.
Nos levantamos, odiamos al despertador con todas nuestras fuerzas, y lentamente deslizamos uno de nuestros pies fuera de las mantas. ¡Qué momento! Miramos con nostalgia a la almohada, en espera de que nos hable ¡La almohada! y nos diga que nos quedemos con ella, con quien verdaderamente nos aporta ese calor que tanto nos gusta. Nos vestimos, lo más rápidamente posible, y aunque concienciados, al salir a la calle, al girar el pomo y pisar la acera, es en ese momento cuando realmente sentimos al Invierno.
Lo percibimos por una característica que no falla: el olor.
Algo tiene la calle, la humedad sobre los coches, el viento helado... Algo tienen. Y lo mejor es que cada persona tenemos un olor distinto. Increíble, pero cierto. Precisamente mi olor se asemeja al de las castañas asadas. Aunque no haya castañas siendo asadas cerca, pero aquello que huelo me recuerda a ellas, quizás en mi recuerdo hacia la cama calentita que he tenido que dejar atrás. Quizás porque las envidio: ellas, todas juntas, calentitas, en su recipiente, sin importarle nada ni nadie. Y sin tener que enfrentarse al invierno, que nos hiela poquito a poco. Sin embargo, lo mejor de esta estación se halla en eso mismo, en que nos obliga a buscar calor. Nos presiona para que constantemente nos refugiemos en cualquier cosa que nos caliente: un recuerdo, una canción, nuestra manta favorito, el abrazo de nuestra madre, unas carcajadas con tus amigos, un chocolate ardiendo frente a la chimenea... O simplemente un paquete de castañas asadas calentitas en tus manos heladas, porque al fin y al cabo cada uno tenemos nuestro invierno, nuestros olores, nuestros deseos - y estos últimos no se congelan nunca -
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