Sobras y sueños
>> domingo, 20 de noviembre de 2011
Ya sobro.
Me acabo de dar cuenta hoy mismo, y no por el resultado de las elecciones, que no me va a solucionar la vida ni A ni B, ni siquiera C.
De las personas que conozco y me cuentan sus aspiraciones y sueños me los imagino como ellos se describen: con una cámara fotográfica captando las mejores instantáneas, como periodistas o estilistas de moda en los más afamados desfiles, como grandes cocineros de grandes restaurantes, como médicos en quirófanos cuyas operaciones se alargan horas y horas, como profesores de español a muchos kilómetros de España, como bohemios en la capital del Reino Unido... ¿y yo? ¿cuál es mi aspiración? ¿qué vida quiero en el futuro? Estas interrogaciones irremediablemente van unidas a billetes de avión. Desde pequeño lo decía: yo no quería ser astronauta ni futbolista, yo quería "que mi despacho estuviera en un avión".
Y con esta inocente frase simplifico mi más alta aspiración en esta vida.
Viajar. Volar. Conocer, conocer y conocer. Y de un lado para otro, hoy aquí, mañana allí. Y entre medio miles de km. Investigar, mucho, buscar y descubrir. Grabar y transmitir a los demás. Que vean lo que veo. Ser cada día más tolerante. Comer de todo, de todos los sabores y de todos los colores. Bailar sevillanas en todos los continentes. Y enseñarlas. Ser feliz así.
Cierto, sé lo que pensáis. Parece el típico sueño del que sueña con que le toque la lotería, lo que sería vivir del cuento, tener una vida comprada para disfrutar de todo lo que he enumerado. Y yo, encima, pretendo vivir de eso. Ganar el pan con eso. Trabajar con eso.
Y me he preguntado infinidad de veces si es que pido demasiado. Porque a mi alrededor los hay que alcanzan la misma felicidad no saliendo del pueblo que le vio nacer y teniendo hijos a los 18. O quienes alcanzan la misma felicidad queriendo ser policías de su ciudad, o abogados de su distrito. ¿Soy yo el raro? ¿soy yo el que quiere algo que de por sí parece inalcanzable? ¿tengo que cambiar esa aspiración?
Y lo he comprobado.
He verificado que no soy yo si no me muevo. He descubierto que soy capaz de sacrificar lo que más vale para mi (una asignatura) por escaparme y hacer un viaje para descubrir un nuevo país. He comprobado que he estado trabajando en un periódico online buscando noticias y escribiéndolas y que no me ha gustado. No me ha llenado ni satisfecho como lo hace el grabar un reportaje de un viaje con mi cámara y la sensación de lo primero es ínfima con lo segundo.
Entonces ¿qué tengo que hacer?
Me intento dar respuestas. Y con las personas que hablo, con lo que aprendo de mis amigos y de lo que conozco me doy cuenta que hay que intentarlo. Siempre hay que intentarlo y luchar por lo que consideras - después de haber intentado cambiarlo, evitarlo, suprimirlo, borrarlo y alternarlo - que es algo tuyo, que es tu esencia, que es tu alma, que es tu vida.
Decía, al principio, que ya sobro.
Y precisamente por este ansia que me hace ser así y me hace ser persona sé que ya sobro. Que llevo dos años en Sevilla y se me hace pequeña. Que parece que ya lo que tenía que conocer aquí, experimentar aquí, ver aquí y aprender aquí está más que asimilado.
Que cuando cambias tu habitación más de cinco veces de forma, es una señal.
Que cuando te sabes todas las líneas y paradas de autobús, es una señal.
Que cuando conoces ya lo que te espera, es una señal.
Y no quiero que algo que ya empieza a apretarme ocupe el sitio de otra cosa que vendrá.
Y no quiero, tampoco, olvidar ni perder lo que ya tengo aquí. Porque las personas, las risas, las fotos, las amistades y lo que me hace soñar siempre irá adjuntado a mi pasaporte.
Pero lo demás, se puede quedar aquí, en cada chincheta de mi mapamundi.
Me acabo de dar cuenta hoy mismo, y no por el resultado de las elecciones, que no me va a solucionar la vida ni A ni B, ni siquiera C.
De las personas que conozco y me cuentan sus aspiraciones y sueños me los imagino como ellos se describen: con una cámara fotográfica captando las mejores instantáneas, como periodistas o estilistas de moda en los más afamados desfiles, como grandes cocineros de grandes restaurantes, como médicos en quirófanos cuyas operaciones se alargan horas y horas, como profesores de español a muchos kilómetros de España, como bohemios en la capital del Reino Unido... ¿y yo? ¿cuál es mi aspiración? ¿qué vida quiero en el futuro? Estas interrogaciones irremediablemente van unidas a billetes de avión. Desde pequeño lo decía: yo no quería ser astronauta ni futbolista, yo quería "que mi despacho estuviera en un avión".
Y con esta inocente frase simplifico mi más alta aspiración en esta vida.
Viajar. Volar. Conocer, conocer y conocer. Y de un lado para otro, hoy aquí, mañana allí. Y entre medio miles de km. Investigar, mucho, buscar y descubrir. Grabar y transmitir a los demás. Que vean lo que veo. Ser cada día más tolerante. Comer de todo, de todos los sabores y de todos los colores. Bailar sevillanas en todos los continentes. Y enseñarlas. Ser feliz así.
Cierto, sé lo que pensáis. Parece el típico sueño del que sueña con que le toque la lotería, lo que sería vivir del cuento, tener una vida comprada para disfrutar de todo lo que he enumerado. Y yo, encima, pretendo vivir de eso. Ganar el pan con eso. Trabajar con eso.
Y me he preguntado infinidad de veces si es que pido demasiado. Porque a mi alrededor los hay que alcanzan la misma felicidad no saliendo del pueblo que le vio nacer y teniendo hijos a los 18. O quienes alcanzan la misma felicidad queriendo ser policías de su ciudad, o abogados de su distrito. ¿Soy yo el raro? ¿soy yo el que quiere algo que de por sí parece inalcanzable? ¿tengo que cambiar esa aspiración?
Y lo he comprobado.
He verificado que no soy yo si no me muevo. He descubierto que soy capaz de sacrificar lo que más vale para mi (una asignatura) por escaparme y hacer un viaje para descubrir un nuevo país. He comprobado que he estado trabajando en un periódico online buscando noticias y escribiéndolas y que no me ha gustado. No me ha llenado ni satisfecho como lo hace el grabar un reportaje de un viaje con mi cámara y la sensación de lo primero es ínfima con lo segundo.
Entonces ¿qué tengo que hacer?
Me intento dar respuestas. Y con las personas que hablo, con lo que aprendo de mis amigos y de lo que conozco me doy cuenta que hay que intentarlo. Siempre hay que intentarlo y luchar por lo que consideras - después de haber intentado cambiarlo, evitarlo, suprimirlo, borrarlo y alternarlo - que es algo tuyo, que es tu esencia, que es tu alma, que es tu vida.
Decía, al principio, que ya sobro.
Y precisamente por este ansia que me hace ser así y me hace ser persona sé que ya sobro. Que llevo dos años en Sevilla y se me hace pequeña. Que parece que ya lo que tenía que conocer aquí, experimentar aquí, ver aquí y aprender aquí está más que asimilado.
Que cuando cambias tu habitación más de cinco veces de forma, es una señal.
Que cuando te sabes todas las líneas y paradas de autobús, es una señal.
Que cuando conoces ya lo que te espera, es una señal.
Y no quiero que algo que ya empieza a apretarme ocupe el sitio de otra cosa que vendrá.
Y no quiero, tampoco, olvidar ni perder lo que ya tengo aquí. Porque las personas, las risas, las fotos, las amistades y lo que me hace soñar siempre irá adjuntado a mi pasaporte.
Pero lo demás, se puede quedar aquí, en cada chincheta de mi mapamundi.
3 comentarios:
Quizás esas aspiraciones a más, el no conformarse con lo que tenemos y dejar pasar el tiempo sin más, el tener ilusiones por algo así es lo que haga que finalmente lo consigamos.
Muy buena entrada
y estas ansias de comerte el mundo, casi literal, estas ganas de superarte, de ser tú, esta valentía que con este tablón derrochas. Todo esto te hace luchar y trabajar por ello, por cumplir tu sueño y nada mas por eso lo conseguirás, por eso y porque te lo mereces.
*_* Me dejáis sin palabras, y eso es lo mejor que podéis hacerme. Gracias, los sueños son sueños, pero vosotros no, existís, sois de verdad, sois mis amigos :)
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